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  • Foto del escritorIdrisi

LOS LIBROS QUE ME CAMBIARON LA VIDA (1)

LA CARTILLA "RAYAS"



Aprendí a leer en cuanto me admitieron en la escuela. Eso sucedió en Jaén, recién cumplidos los 5 años de edad. Me enseñó D. Francisco, que así se llamaba mi primer maestro. Su cara, su voz y su apellido cayeron pronto en el olvido, pero siempre supe que fue él quien me enseñó a leer, a escribir, a sumar, a restar,

y a multiplicar y dividir por una cifra.

Hoy he encontrado en el fondo de un arconcillo metálico en el que aún no sé muy bien lo que guardo, guiado por el instinto y no por la memoria, un curioso documento que voy a comentar y reproducir parcialmente, porque creo que viene a colación al inicio de esta serie de post sobre los libros que "me cambiaron la vida".

Se trata de mi Cartilla de Escolaridad y en ella se recogen algunos detalles sobre cómo, cuándo y quién hizo el mágico hechizo de enseñarme a leer y convertirme en lector.


Vivía en la ciudad de Jaén.

En un barrio periférico. Según escribió mi maestro. en la calle Adarves Altos 25.

En mi escuela había pocos alumnos. Todos varones.

En distintos cursos.

Era una Escuela Unitaria.

La nº 14.

Estaba en la misma calle en la que yo vivia.

Tenía 5 años pero iba y venía solo de la casa a la escuela.

Nos atendía, nos cuidaba y nos enseñaba a todos un solo maestro:

Don Francisco.

Estoy seguro que fue él quien rellenó la primera página

de mi Cartilla de Escolaridad.

Lo sé porque esa letra es la misma que la de su firma, que está en la página siguiente. ¡Que caligrafía se gastaba!

Es la firma con la cual, gracias a la claridad de su letra, he podido recuperar su apellido.

Se llamaba D. Francisco Badillo.

Me dió clase durante el curso 1953-54, pero yo aun no tenía la edad para ser alumno de Primaria. Por eso no aparecen calificaciones de mi actividad durante ese curso.

Mi primer curso de Primaria fue el 54-55 pero solo estuve en su escuela los dos primeros trimestres. Antes de terminar el curso mi familia se trasladó de nuevo a Granada.

Y don Francisco solo pudo calificar mi actividad de octubre a marzo.

Me volví a Granada sabiendo leer y escribir y algunas cosas más.

No sé cómo lo hizo. No sé si pertenecía a ésta o aquella corriente pedagógica. Si había estudiado Magisterio con profesores de la Institución Libre de Enseñanza o si era prosélito del Cardenal Herrera Oria. No sé si era monárquico o falangista.

Si sé que era un Maestro. Y que enseñaba.

Igual no era muy innovador.

Habrá quien diga que enseñaba con unas herramientas 'antiguas y sectarias'

Habrá quien diga que "RAYAS", que asi se llamaba mi cartilla, era un instrumento de adoctrinamiento en el nacional-catolicismo. Puede que sea verdad. Seguro que lo es.

¿quién podría esperar otra cosa en la escuela de los primeros años 50?

Yo no lo recordaba, pero he visto recientemente reproducciones de aquella cartilla que incluia el escudo nacional franquista. No me ha sorprendido en absoluto.


He leído, tambien recientemente, una Orden Ministerial del Gobierno de la República de septiembre de 1936, relativa al libro RAYAS.


No es mi intención derivar este recuerdo hacia la siempre fácil polémica

centrada en establecer quien adoctrinaba más.

Simplemente quiero dejar claro que D. Francisco me enseñó a leer con ese libro.

Que del escudo nacional franquista en sus páginas, no me acordaba y no me hubiera acordado si no lo veo en estos dias una foto de las páginas interiores de un ejemplar.

El adoctrinamiento franquista no me dejó una huella muy perecedera.

Pero de leer, aún me acuerdo perfectamente.

Me enseñó D. Francisco Badillo.

Él me proporcionó mi primer libro. Tenía tres tomos y se llamaba RAYAS.



De aquellos años infantiles conservo dos recuerdos imborrables que están indisolublemente ligados a aquel lugar:


El primero me permite verme a mi mismo sentado en el tranco de la puerta de mi casa Unas veces con el RAYAS entre las manos, ensayando su lectura para que Don Francisco me pusiera buena nota al dia siguiente.

Otras con la tabla de multiplicar, recitandola en silencio, para mi, mientras me balanceaba adelante y atrás al ritmo de la tabla: dos por uno, dos; dos por dos, cuatro...

La casa número 25 de la calle Adarves Altos, que era mi domicilo, sigue estando ahí, pero ha debido sufrir algunos cambios que hacen que la imagen no se ajuste a mi memoria.

Han cambiado las persianas enrollables de madera, por las de lamas de plástico con guía de aluminio.

Han cambiado el zócalo granulado de gravilla de la fachada, que en mi recuerdo estaba pintado de color gris oscuro, como el que tiene la casa de más abajo, aunque ese está pintado de color crema. En su lugar hay unas placas de mármol que se han adueñado tambien de las jambas y dinteles de la puerta y la ventana.

Pero, sobre todo, algo han tenido que hacerle a mi cuarto de estudio: el tranco de la puerta. O han subido el nivel de la acera o han rebajado el escalón, porque juraría que el sitio en el que yo me sentaba a estudiar se acomodaba a mi cuerpo como una sillita de piedra.

Siempre me he recordado a mi mismo sentado en ese tranco con mi RAYAS en las manos, leyendo y sorprendido de entender lo que leía, feliz como un niño de posguerra con zapatos nuevos.

Me recuerdo a mi mismo como si fuera el niño de la foto. El escalón tenía que ser más alto, a pesar de que yo era muy bajito.


La verdad. No es por el detalle del escalón. Pero no estoy seguro de que esa sea mi casa. Según Google Earth, esa es la casa y ese es el número. Pero yo no sé si habrán cambiado los números de la calle. A mi me tira más, cuando la miro ahora, la casa de más abajo que tiene el numero 27. Tendré que investigarlo porque, además de saber qué ha sido de mis libros, quiero saber qué ha sido de mis sitios. Y este es uno de ellos.


El segundo recuerdo, tiene fecha concreta: el 16 de enero de 1955. Mi vecino Agustin, seis o siete años mayor que yo, era un muchacho que trabajaba con su padre en el transporte y comercio de la paja, razón por la que el padre era conocido en el barrio como Agustín "el pajero". Ese dia me tuvo entretenido permanentemente y consiguíó que no pisara mi casa ni para ir a comer.

El pretexto era muy eficiente: esa noche se encendia la lumbre de San Antón. Habia que ir casa por casa pidiendo leña, ropa vieja, muebles rotos, todo tipo de maderas. Había que ayudar a los vecinos de enfrente a llevar los ramones de la poda de los olivos hasta el sitio donde se iba a encender la lumbre. Fué un dia de jolgorio y de aventura.

La hoguera se estaba montando en El Recinto, que asi era como se llamaba al ensanche que se formaba en la confluencia entre la calle de La Fuente de Don Diego con las calles Adarves Altos y Bajos. El Recinto estaba enfrente de mi casa, al otro lado del murete que llamabamos "el cantón". Es ese murete de piedra que separa aun hoy mi calle de la calle de la Fuente de Don Diego. Ese murete que se ve a la derecha de la foto, detrás de la Citroen 2Cv.


Esa es una furgoneta que empezó a fabricarse en Vigo en 1958. Por ello deduzco que la foto debió tomarse en los primeros años 60. Unos pocos años despues de que yo me marchase de Jaén. Salvo la furgoneta, aquel barrio no había cambiado mucho. Yo recuerdo "El Recinto" exactamente asi.


La operacíon de erigir el poste, en cuyo extremo colgaba el muñeco de trapo lleno de serrin y petardos, que habría de arder en la hoguera fue toda una epopeya... Mis tres hermanos mayores tambien andaban por allí. Pero iban y venian a mi casa. Yo no la pisé hasta la noche. Entre todos se confabularon para que no regresara ni para beber agua. Volví cuando la hoguera llevaba ya varias horas ardiendo. Cuando entré, ya había uno más en la casa: habia nacido mi hermano Miguel, el sexto y último hijo de la familia.


Yo solamente tenía seis años y medio.

Pero tuve claro que a mi hermano no lo había traido la cigüeña.

Aunque no sabía cómo había llegado exactamente, la cigüeña no habia sido.

Habia cosas que no encajaban, que no se correspondian.

En mis libros todo encajaba: los trazos con las letras, las letras con la sílabas, las silabas con los sonidos, los sonidos con las palabras, las palabras con las cosas...

Lo de mi hermano Miguel no encajaba.

Habia empezado a tener eso que llaman "uso de razón".

Siempre sospeché que algo había tenido que ver en eso el RAYAS.

Ese pequeño primer libro en tres volúmenes, me había cambiado la vida.





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